Recuerdo correr, en un intento desesperado por tocarte, cortado siempre a la mitad por mi madre q simplemente se rehusa a lanzarse otra vez con ropa a rescatarme. Y después de comer, dormir en aquella hamaca colgada entre sombras de palmeras,protegièndome del Sol inclemente. Con los ojos entre abiertos, tus olas al romper me aseguran q sigues allí. Y el olor, ese hermoso e inconfundible olor a ti.
Recuerdo las interminables tardes, cuando el Sol ya quiere dormir y yo quiero seguir enterrándome en tu arena. Explorando el caos de tu orilla. Los chipi-chipis q se esconden con tu ola al pasar y los cangrejos q corren para adelante y detrás. Y la brisa, esa brisa fría señal de q otro día ha acabado.
No puedo olvidar las millones de horas q pasamos remando tus olas y las innumerables veces q pensé q me ahogabas, arrastrada por tu determinada fuerza, llevàndote todo a tu paso.
Y crecí. Y siempre en la mañana seguiste siendo mi constante favorita. Cuando todos duermen, esta vez con un brazo aprisionando mi cintura, me abro paso despacio entre las carpas y corro a saludarte en una habitual privada cita matutina. Y la sensación, esa sensación q se me atora en la boca del estómago y q no se deja describir.
Y las noches q se pegan con los días. Y la primera vez q te sentí tocar mi cuerpo desnudo. Y ese terror de sumergirme en ti cuando pareces de petróleo, en las noches en q la luna no brilla. Y la paz, esa paz q no existe en ningún otro lugar terrenal, con ninguna cosa, con ninguna persona y q obtengo sòlo enterrando mis deditos en tu orilla.
Me viste crecer. Testigo de mis mejores y peores momentos. Constante en mi vida. Nos encontramos alrededor del mundo y, como yo, eres diferente siempre pero eres siempre igual. Entraste en mi sangre, parte de mi ADN. Sè q esperas, paciente, nuestra pròxima cita. No me apuras y , al llegar, jamás me reprochas. Y el sueño, ese sueño q no se quita de vivir siempre en tu orilla..
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